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Categoría: es así

Apreciar nuestras circunstancias y vivir en beneficio de los demás

Estos días de sacudida colectiva me han hecho reflexionar sobre las circunstancias que me ha tocado vivir. Esas que, entre otros factores, implican una afortunada situación económica y educativa. Esa fortuna compartida con algunos miles que a diario manifestamos nuestra vida en redes sociales como Facebook y Twitter. Esos miles que estudiamos o trabajamos a diario para quienes siempre ha habido más que algo sobre la mesa y para quienes la educación como la mejor herencia posible es una cuestión de mera lógica.

Es justo el comportamiento de los últimos días en este círculo lo que me ha hecho cuestionarme seriamente ¿qué hacemos nosotros por el beneficio de los demás? Los que podemos escoger qué comer cada día. Los que consideramos internet como parte de la canasta básica. Quienes hablamos un segundo o un tercer idioma y tenemos acceso a medios extranjeros, a trabajos más o menos bien remunerados. Quienes consideramos que ir a un museo es un paseo delicioso y no una inútil obligación escolar. Los que podemos pagarnos un café de Starbucks o un chai latte. Aquellos que cargamos con nuestro smartphone el día entero y documentamos cada uno de los lugares que visitamos o fotografiamos con él nuestra comida, el arte urbano o lo que nos parece curioso. Los que narramos las ‘ocurrencias’ de los taxistas. Los que, de un modo u otro, hacemos lo que nos gusta. ¿Insultarnos? ¿Odiar? ¿Emitir juicios inflexibles desde la comodidad de nuestro ubicuo asiento? ¿Considerar una red social como activismo? ¿Creernos todo lo que circula en línea sin dilación? ¿Patalear como infantes a los que les ha sido negada una paleta? ¿Dar unfollows por tenernos ‘hasta la madre’? ¿Sólo vivir nuestra vida?

Tanta discusión desinformada y revanchista me ha hecho preguntarme ¿de qué nos sirven todos esos libros, artículos de prensa y películas de los que hablamos? ¿De qué nos sirve ir a Nueva York cada año? ¿De qué las vacaciones en la playa o en el extranjero? ¿De qué las largas charlas en las que ‘arreglamos’ el mundo? ¿Sólo para pasar el rato? ¿Para regodearnos en nuestro estilo de vida? ¿Para atrincherarnos en nuestras posturas, opiniones y percepciones cual inquisidores? ¿Para ‘elevarnos’ más y más sobre ‘los otros’? ¿Para dejarnos llevar siempre por el enojo en vez de cultivar la sensatez? ¿Creer ciegamente que tenemos la verdad absoluta?… ¿De verdad un buen nivel de vida se traduce en personas sofisticadamente egoístas y negadas a hacer un esfuerzo auténtico por comprender a los demás y sus razones? ¿Empeñadas en simplificarlo y calzarlo todo a nuestras percepciones? Qué desperdicio, sí, pero sobre todo, qué indigno.

No digo que no haya que disfrutar las circunstancias que nos rodean, que no deba hablarse de la realidad cotidiana en la que se vive o que deba vivirse con culpa a tiempo completo porque otros no tienen qué comer mientras uno se puede comprar un nuevo iPad, digamos. Esa culpa superficial no resuelve nada. Apreciar y disfrutar lo que te ha tocado vivir es una forma de rendirle homenaje. Pero agradecer y disfrutar no basta. Sobre todo en un país como México.

Si nosotros, los ‘pensantes y educados’, somos incapaces de convertirnos cada día en mejores ciudadanos (enumeren aquí la cantidad de licencias que nos permitimos para ‘salir del paso’, la de omisiones que cometemos o la de descalificaciones que emitimos a tropel), más propositivos, más trabajadores, más informados, más comprometidos, más cívicos, más autocríticos, menos caprichosos y más abiertos de mente y corazón… Más conscientes. Si nosotros, los de las necesidades básicas más que resueltas, somos incapaces de tender acuerdos, de sostener discusiones en lugar de pleitos sin pies ni cabeza, de no actuar alimentados por el miedo, el enojo o el egoísmo, de buscar soluciones y salir de nuestras islas de confort (aunque sea de vez en cuando), ¿cómo es que la responsabilidad de todo lo que sucede en el país es sólo de ‘los otros’, de ‘los ignorantes’? Si una educación sólida y una afortunada situación económica, esas que permiten tener tiempo para cuestionar, no nos convierten en personas que emplean todos los recursos que les han sido dados para actuar y construir en beneficio auténtico de los demás (beneficiar a los demás es beneficiarse a uno mismo), ¿de qué carajos hablamos entonces cuando hablamos de querer un mejor país?

Un día cualquiera

Cada mañana, con más o menos esfuerzo y entusiasmo, uno abre los ojos. Y quizá lo último que pasa por nuestra cabeza es que el día que empieza podría ser el último… pero podría. Uno bien podría desperezarse, salir de la cama, calzarse los tenis, despedirse casualmente, salir a correr los kilómetros diarios y, en algún punto, caer fulminado por un ataque cardiaco. Así, sin más. ¿Y luego? Pues, nada. Ese nubarrón emocional que nos zangoloteaba simplemente se desvanece y los que nos sobreviven se preguntan si realmente lo que se considera importante es lo realmente importante. Y, ¿lo es?