2019: un año incómodo

por monmargo

No puedo evitar soltar un suspiro de alivio ante el último día de 2019. No porque todo vaya a ser distinto mañana, pero simbólicamente puedo decir que logré atravesar un año de derrumbes, disoluciones, vueltas aparentemente en círculo, cosas que parecían cuajar y que siempre no cuajaron, desacomodos, reajustes y recálculos continuos en casi cualquier aspecto.

Prácticamente me la pasé sin entender por dónde iba todo la mayor parte del tiempo. Incómoda, muy incómoda por la frustración y la desazón que los giros inesperados de manera continua pueden generar mentalmente.

Fue como si mi brújula personal se quedara pegada y tuviera que reinventar mi propio sistema de navegación para dar con el rumbo a seguir, con las decisiones a tomar. Y cada vez que pensé «bueno, ahora sí puedo tomarme un respiro»… ¡Pum! Todo volvía a girar.

Curiosamente, en medio de esa confusión terminé por marcar muchos límites ante situaciones que no me hacían sentir bien (y enfrentar consecuencias por ello, claro). Dejé de adjudicarme cargas y humores ajenos; dejé de atender de más a los demás para atenderme más a mí. Dejé de lado situaciones que me aportaban poco o nada. Conecté con personas, situaciones y actividades que de verdad encienden mi entusiasmo: sin duda, son parte de lo que me animó a seguir buscando por dónde ir.

Lo mejor de todo, aunque haya sido doloroso (y a la vez liberador), es que alcancé a ver otra parte del origen de mi despiadada autoexigencia, de mi necesidad overachiever (perdón, pero no logro encontrar la palabra realmente equivalente en español),  y cómo las he usado cual mecanismo de compensación hacia mí y hacia los demás por la inmensa oscuridad emocional que siempre me ha acompañado y que muchas veces se me desborda.

Una oscuridad en la que me ha costado años poder adentrarme, sin querer huir, y que desde que soy mamá sorpresivamente cobró nueva fuerza. Así que claro, entre tanta sacudida, tuve momentos abrumadoramente oscuros, no por eventos graves, sino porque esa oscuridad en mi mente a veces es como un hoyo negro que absorbe toda perspectiva, toda luz.

Para mi gran fortuna, algo en la #chamaquillaenacción actúa como una especie de piedra angular y hace que mi mecanismo mental no se empantane del todo. De modo que pude ver las lianas y los rayitos luminosos que fueron apareciendo en el camino… Y aquí estoy, suspirando y llorando un poquito de alivio. No más sabia, porque en realidad no comprendí perfectamente de qué iba todo y no estoy segura de darle sentido a varias cosas, pero sí más arrugada y en paz con la incomodidad.

Mi antigua brújula ya no sirve: está bien. Por mucho que anhele certezas, toca babear la punta de un dedo, alzarlo al aire y ver qué dice el tiempo… Un día a la vez. Finalmente, mientras haya días, existe la posibilidad de aventurarnos otro trecho.